lunes, 11 de febrero de 2013

Todavía se acordaba de todo...

 Se levantaba cada mañana pretendiendo recoger toda esa ropa que solía quedar desperdigada por el suelo. Esa ropa interior roja, o negra, pero nunca de otro color, siempre elegida con mucho detalle. Abría esas persianas que encerraban cada risa, cada grito, e intentaba abrirse paso entre cada rayo de Sol que intentaba atravesar esos duros cristales. A primera vista irrompibles. No como él. Seguidamente se sentaba en la cama y la observaba con esa mirada que solo tienen los niños deseando que sus madres les dejen ir a jugar a la calle sin tener que ponerse una cazadora. Añoraba esas sábanas revueltas, esa cama desordenada, a veces sin almohada, simplemente recubierta con la claridad de su piel. Su mesilla ahora estaba vacía, solamente aguantaba el peso de un simple despertador, el cual en vez de significar un día más significaba un día menos. Incluso echaba de menos todos esos libros que muchas veces lo único que hacían era molestar, pero a ella le encantaban. Echaba de menos verse en la ducha, que ella entrara en el baño sin pedir permiso y se pusiera a recitar cualquier poema sobre la Libertad, el Amor, o alguna patraña sobre política escrita en los periódicos. Periódicos que compraba todos los días exactamente a las 10 en punto de la mañana. ¿Por qué? Ni ella lo sabía. Él la recordaba diciendo que le gustaba sentir cómo el día empezaba. Y así poder comprar ese desayuno que tanto él detestaba. Lo extraño es que la pasta de dientes que ella amaba tanto se había convertido en su favorita. ¿Algo más? No es que le invadiera la tristeza, pero echaba de menos esas manías de mujeres que a los hombres le son indiferentes. Echaba de menos ese mensaje que solía decir "ya estoy en casa. ¡Hoy hay pizza para cenar!", echaba de menos sonreír con ese mínimo detalle, hasta que se daba cuenta de que la única pizza que comería sería la vegetal. Estaba harto de vivir bajo esa nube grise que le seguía a todas partes. Quería acabar con todo. Cada noche se acostaba recordando cómo habían jurado que nunca iban a dejar que ese sentimiento desconocido para ambos los destruyera. No querían que eso se convirtiera en una dependencia, pero el invierno acababa y ya lo echaban de menos. Cuando estaban juntos no existía el día, ni la noche ni los minutos ni horas ni segundos. Solamente vivían entre palabras, miradas, gestos. Nunca un buenas noches había sido tan importante para él. Nunca antes había deseado que empezara un día nuevo, solamente para poder estar en su compañía, rodeado de sus besos, brazos, piernas, cabellos...Pero todo acaba. O todo empieza. Ni vaso medio lleno, ni vaso medio vacío. Su vaso se había roto. El agua se había desparramado. Alguien la había recogido entre suaves paños de seda...

Era justamente en esos momentos cuando se levantaba de la acolchada cama y se perjuraba que el amor no volvería a traspasar su mente, ni su corazón, ni su ropa. En ese momento se preguntaba que para qué quería un vaso de agua pudiendo tener cerveza, pudiendo desordenar cada zapato que se desprendía de sus pies, si podía salir a comprar el periódico a las 8 de la mañana, y no esperar a las 10. Era precisamente ese momento en el que más deseaba salir a la calle, y saborear cada tacto, tocar cada sabor...

Ahí, era justamente ahí cuando se daba cuenta de que todavía seguía sentado en una cama vacía, ni cerveza, ni agua fría.

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