lunes, 18 de febrero de 2013


¿Así que podrías definirte como la lluvia? — la psicóloga miró hacia el lugar de procedencia de esa luz que se clavaba directamente en los ojos de una adolescente con la mirada perdida que se sentaba en un sofá naranja delante de ella.¿Es que no tienes pensado contestarme? Sabes que estamos aquí para ayudarte.

Si estoy aquí es porque me obligan. Yo no quiero que tú me ayudes. No me hace falta.

¿Piensas que no te hace falta? ¿Que así estás bien? La experiencia le había otorgado lo que ningún estudio de alto nivel podría ofrecerle. Sabía leer esos ojos, porque anteriormente los suyos habían sido exactamente iguales. Con color, pero con esa profundidad que pedía a gritos que salvaran ese alma, ese cuerpo escondido en cada trazo de color, en cada pestañeo. Era ella con 16 años. Era su propio reflejo, sus propias cicatrices visibles e invisibles. El mismo dolor. La misma soledad, insuficiencia, el mismo cansancio. Dime, ¿cómo te sientes?

Mejor. 

—  ¿Lo has vuelto a hacer?

—  No...— Exactamente la misma expresión que, desgraciadamente, había fingido más veces en su vida. Se recordaba mirando a sus padres, diciéndoles que todo estaba bien, mientras su piel se caía a tiras. Ella misma sabía lo que era que insitieran para que te abrieras al mundo, para sacarte de tu Infierno, como si de verdad les importaras. Era esa pequeña con problemas del sofá naranja la que ahora estaba mirando esa luz que transpasaba sus ojos. Sabía lo que pasaba por su mente, pero no podía ayudar. Mismamente, ni siquiera un médico había ayudado a esta picóloga.

Bien, te creo. Ya puedes irte. Pero volveremos a vernos. Pronto. Antes de que te mueras, espero.

Esa aparente diminuta pieza de carne se levantó del sofá, se acomodó la sudadera, colocó la manta que rodeaba sus brazos, y se marchó. Con paso firme, pero insegura.  

"Nada puede romperme, porque ya estoy rota. Esto continuará siempre así. No estoy a salvo, nunca lo estaré. Continuaré matando mis demonios, cueste lo que cueste. No dolerá, porque no consigo sentir nada. No soy capaz de ayudar a los demás, porque primero debo ayudarme a mí. Pero, ¿cómo?"

Así acaba la jornada de trabajo de una simple psicóloga. ¿Simple? Eso es lo que vemos por fuera, porque jamás sabremos cómo sangran sus heridas.

2 comentarios:

Camila dijo...

Me encantó, qué bien escribes.

Carla Sempere dijo...

Muchísimas gracias.
Aunque para nada lo considero así.